Colonización de la subjetividad

 Merlín, Nora; Colonización de la subjetividad; Letra Viva; CABA, octubre de 2017
La democracia moderna reduce su sentido y esencia a la regla de la mayoría. Para garantizar su funcionamiento y evitar abusos, debe producir mecanismos constitucionales que limiten tanto el poder público como el privado e impidan que el poder se concentre en pocas manos. La fase actual del capitalismo -neoliberalismo- además de concentrar la riqueza en las corporaciones económicas, supone una voluntad ilimitada que busca extender globalmente sus valores, apropiándose de la democracia, del mundo y de la vida en general. ¿Qué sucede con la democracia cuando la libertad de mercado  concentra no sólo el poder económico sino también el político y simbólico? Esto sugiere que existe una creciente incompatibilidad, una tensión entre el neoliberalismo y la democracia. ¿Qué es lo que pasa que muchas personas voten en contra de sus propios intereses?
A simple vista, el neoliberalismo lleva a cabo una construcción biopolítica basada en la apropiación y el disciplinamiento social, un dispositivo de colonización de la subjetividad cuyo objetivo es la producción de un hombre nuevo, más vulnerable a las reglas del mercado. A esta operación, en la que los medios de comunicación corporativos desempeñan un papel crucial, la denominaremos colonización; sus principales consecuencias son la caída del sujeto y el desarrollo de una cultura de masas. A la vez que seducen y fascinan, los medios de comunicación construyen una civilización caracterizada por la obediencia, el sometimiento, el individualismo y la identificación homogeneizante.
Revertir esto necesita un deseo de descolonización, una apuesta emancipatoria vehiculizada a través de una construcción hegemónica fundamentada en la voluntad popular, un pueblo soberano capaz de desconectar las relaciones sacrificales distribuidas por el mercado. Sólo si el sujeto pueblo, entendido como una categoría muy distinta a la de masa, hace su aparición, podrá emerger la contingencia de una voluntad colectiva de querer otra cosa. 
El discurso hegemónico neoliberal concibe la política como un sofisma lógico de imposible solución: para que Argentina se inserte en el mundo y se desarrolle debe cumplir con los deseos de los amos, es decir, endeudarse al infinito. Recordemos que un sofisma es una "proposición aparentemente verosímil, pero falsa y destinada a inducir a error al interlocutor". El sofisma neoliberal sólo puede ser superado en una experiencia intersubjetiva y el reconocimiento recíproco de los actores porque la racionalidad es un concepto relacional, es decir, político. El campo popular transforma los sofismas lógicos en problemas políticos. La solución es posible a condición de transformar el sofisma lógico en una experiencia colectiva. La emancipación sólo podrá ser horizontal, hegemónica y sostenida en una voluntad popular. 
La única salida posible al proyecto neoliberal es la política democrática que se teje desde abajo y que incluye los cuerpos, las pasiones, los deseos, los discursos y las diferencias. Esto es una democracia participativa, plebeya, forjada a partir de la decisión de una militancia capaz de encarnar una apuesta soberana y un proyecto popular sostenido con convicción y coraje, capaz de ir en contra del imperio de turno. 
El neoliberalismo no sólo es un sistema económico sino una apropiación del alma de una cultura, que es lo que llamamos colonización de la subjetividad, un fenómeno en el que los medios masivos ocupan un papel fundamental. Las soluciones nacionales y emancipatorias suponen un movimiento de radicalización democrática, que comprende la puesta en acto de la voluntad popular y la toma de decisiones soberanas que producen hechos políticos. 
Neoliberalismo y masa
El neoliberalismo es un sistema social caracterizado por el predominio absoluto del mercado y el debilitamiento de los Estados nacionales, cuyos mecanismos de control y regulación se vuelven  cada vez más impotentes para contrarrestar sus embates. No es sólo un plan económico porque apunta a la producción de una cultura y una subjetividad colonizadas. La subjetividad neoliberal tiene una fascinación compulsiva por suturar los agujeros del cuerpo, los límites, las imposibilidades, de la misma forma en que rechaza los vacíos existenciales. Freud define a la masa "como una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del Yo". 
Dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización al líder y la identificación con el líder y entre los miembros. La consecuencia de ellas es el estado de hipnosis, que produce fascinación colectiva y una pasión: la del Uno que uniformiza y excluye. Si bien los discursos producen lo social, la masa constituye una excepción a esta regla: ella es una respuesta social no discursiva sino puramente libidinal, en la que el sujeto no es tratado como tal, no tiene ni voz ni voto; en la masa opera una destitución subjetiva que en el neoliberalismo se evidencia en la producción y circulación mercantil de objetos y de sujetos tomados como objetos. 
Este modelo tiene una pulsión de muerte porque se manifiesta como odio o destrucción: desune, separa, desintegra, tendiendo a la disolución de los lazos entre los seres. En el neoliberalismo la sociedad toma consistencia en el odio; la condición misma de la totalidad neoliberal es la segregación, que se expresa bajo distintas formas de racismo y xenofobia. El neoliberalismo constituye un todo cerrado que no se caracteriza por el lazo social sino por el individualismo y que toma consistencia en variadas expresiones de odio.
La masa: modo social paradigmático del neoliberalismo
Los medios corporativos cumplen un rol fundamental en la conformación y consolidación en la cultura de masas: es una nueva epidemia social, una subjetividad sometida al mercado e hipnotizada por los medios. La masa es una matriz, un modo de organización institucional, como una configuración cultural. Basta con que muchas personas invistan libidinalmente a un mismo objeto, lo ubiquen en el lugar del ideal del yo y se identifiquen entre sí para que se sometan y obedezcan a ese ideal, formando una estructura jerárquica carente de libertad: una masa de autómatas que cumplen órdenes. El resultado es el de grupos humanos hipnotizados, sometidos por sugestión, que obedecen de forma incondicional un mensaje transmitido por una fuente investida de autoridad. 
El dispositivo social neoliberal produce una subjetividad uniforme, fascinada y sometida, y, por lo tanto, acrítica, un sujeto manipulable, convertido en objeto en serie. Nadie ignora que los medios producen una realidad virtual, pero se mantiene la creencia de que éstos registran objetivamente la realidad exterior. Desde el lugar de ideal, los medios construyen realidad, manipulan significaciones, producen e imponen sentidos y saberes que funcionan como verdades que, por efecto identificatorio, se transforman en comunes: los medios constituyen la opinión pública. 
Envuelto en una hipnosis adormecedora, el sujeto se transforma en un objeto cautivo que inconscientemente se somete a la pantalla, un Superyo freudiano como una ley que rige y organiza la vida de los sujetos y la cultura, que prescribe el sometimiento de todos a una máxima imperativa y desarrolla una satisfacción en la sumisión. 
En definitiva, este mundo organizado como masa empuja a cada uno a parecerse al otro, a ser lo mismo, a la uniformidad de gozar del mismo modo. En la época del biomercado, los gobiernos se limitan a gestionar y cumplir órdenes impartidas por el poder financiero: se muestran incapaces de regular el consumo, la violencia y el odio entre los semejantes. Un sujeto y un cuerpo social sometidos al actual imperativo cruel e insaciable, casi desprovistos de ropajes simbólicos y protectores, quedan a la intemperie, expuestos a la descarnada irrupción de una angustia radical, efecto paradigmático del capitalismo. 
Nueva epidemia cultural
Alimentando la intolerancia, la segregación y el aislamiento, los medios de comunicación están patologizando la cultura. Los noticieros y los programas de información producen informaciones falsas y teorías conspirativas, no comprobadas, de sospecha y complot, dando sustento a la idea de la existencia de un enemigo, lo cual provoca sentimientos persecutorios y estimula la aparición de los afectos señalados. Las facultades cognitivas y la argumentación racional resultan insuficientes para justificar el dispositivo de instalación de creencias que se imponen como certezas. El individuo de la cultura de masas ubica a los medios de comunicación en el lugar del ideal. 
Ante las poderosas corporaciones mediáticas manipuladoras, el Estado no puede cumplir con su deber: hacer respetar la condición de que la información sea veraz y se difunda de forma responsable y racional. Entonces, las categorías de verdad se ven vulneradas y el sujeto no posee decisión racional y autónoma para filtrar y administrar la información y los afectos que los medios de comunicación instalan.
Los medios de comunicación utilizan la técnica de instalación de prejuicios sobre las condiciones psicológicas de los receptores de los mensajes comunicacionales. El prejuicio es una categoría moral que funciona inercialmente como una fuerza conservadora eficiente y muy difícil de desmontar, un obstáculo para la comprensión teórica y racional. Los medios instalan prejuicios a partir de dos modalidades básicas: una explícita, en la que estigmatizan a los adversarios políticos de sus intereses corporativos y una implícita, que instala temas de agenda arbitrarios y caprichosos para un debate de tinte fascista. 
Adormecimiento social
Uno de los rasgos más salientes de la cultura neoliberal es el adormecimiento consumista y despolitizado. Los medios constituyen un dispositivo privilegiado de producción de subjetividad fascinada y cautiva. El público vive -como diría Kant- en una minoría de edad, una posición subjetiva en la que las personas son conducidas como si fueran un rebaño.
Despertar de la hipnosis significa descolonizarse, subjetivarse y autorizarse, buscar un pensar intersubjetivo, poner en juego la palabra plural en lo público. También romper con la lógica comunicacional del discurso único y con la repetición hipnótica de consignas infundadas, que atentan contra la libertad de elección y pensamiento de las personas. Y sobre todo, romper con el odio prefabricado que destruye los lazos, que alimenta la hostilidad y pone a la cultura en peligro de extinción. 
La sugestión mediática
Los medios de comunicación corporativos configuran la realidad, operan sobre las subjetividades, manipulan significaciones: colonizan la opinión pública; configuran un orden homogéneo que contradice lo que se entiende por una política democrática. Aunque las víctimas no lo reconozcan, los medios manipulan el pensamiento. Gracias a su fama de "garantes de la verdad" fomentaron la creencia en una realidad objetiva que sólo ellos pueden administrar. Aunque hoy sabemos que la realidad es una producción subjetiva que no es independiente de quien la produce, muchos colonizados no se han enterado.
Además de distorsionar hechos, generan diversas formas de malestar, como sentimientos negativos que alimentan la intolerancia y la segregación. El enemigo es el prójimo que deviene en un objeto hostil al que se puede humillar, degradar, maltratar. La agresión es la manifestación de la pulsión de muerte dirigida al exterior. Así los medios se transforman en una herramienta de disciplinamiento y producción de subjetividad: administran la información, deciden e imponen los sentidos comunes y delimitan la vida de todos. Por eso se hace necesario limitar el negocio de los medios de comunicación que manipulan la subjetividad y la reducen a un mero cálculo en el mundo de los negocios para construir una cultura capaz de reconocer el lugar y la dignidad de las diferencias significará un gran avance de la democracia sobre el totalitarismo. 

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