Batalla cultural: el marketing o la política
Las
próximas elecciones ponen en juego otra vez la lucha entre la política y el
marketing para gobernar.
El
neoliberalismo, un sistema que favorece a la élite y perjudica a las mayorías, no es posible sin la denominada “gestión”
que implica rechazo de la política, represión, operaciones de inteligencia
mediático-judiciales y marketing.
El
marketing, inventado para satisfacer necesidades del mercado, emplea
técnicas de venta para instalar demandas y manipular la opinión pública,
imponer deseos y valores a los ciudadanos, en sentido estricto, consumidores.
Lejos quedó la promesa democrática que traería la revolución cibernética, en
cuanto a la circulación de la palabra de los ciudadanos que ocuparían un mismo
espacio virtual de igualdad. Internet y la rápida expansión de los medios de
comunicación fueron capturados por las corporaciones y sembraron el terreno
propicio para la infiltración del marketing en casi todos los aspectos
de la cultura que se organizó como una empresa; “la política”
neoliberal también fue cooptada por el marketing. El neoliberalismo no
es posible sin represión, operaciones de inteligencia y el marketing ocupando
el lugar de la política porque la publicidad, el espionaje cibernético
y el disciplinamiento determinan identificaciones y condicionan percepciones y
elecciones.
El
neoliberalismo no es posible sin represión, operaciones de inteligencia y el
marketing ocupando el lugar de la política
El
marketing político combina un trabajo en equipo de politólogos, expertos
en redes, opinión pública y semiótica, periodistas de las corporaciones,
jueces, parte del poder político, servicios de inteligencia y alguna embajada.
A través de estrategias de gestión y comunicación (sondeos de opinión, spots
televisivos, campañas de imagen, telemarketing, etc.) realizan
operaciones, construyen consensos, imponen frases, valores, siembran odio, venden
una marca, una idea o un candidato. El objetivo es que el ciudadano “compre” el
mensaje construido por los expertos en marketing político a través de la
colonización de la subjetividad y la obediencia inconsciente; como resultado se
obtiene el consenso de una masa asustada.
El poder
neoliberal utiliza el marketing sustituyendo a la política sin considerar las
consecuencias sociales de los dichos y acciones que promueven, ni incluir
diques morales o límites éticos. El fin justifica los medios, vale mentir,
asustar, culpabilizar o idiotizar a la masa de consumidores. Los procesos
cognitivos, la argumentación racional, resultan insuficientes para evitar la
captura, la fascinación y las identificaciones que produce el equipo. Las
categorías de verdad, libertad, autonomía del sujeto para elegir y racionalidad
para evaluar, quedan debilitadas en la masa hipnotizada.
A partir
de Freud y Lacan sabemos que las demandas no son necesidades naturales,
básicas o biológicas, sino construcciones discursivas. No se trata en el
marketing político de libertad de elección de los ciudadanos, sino de sugestión
y construcción de demandas impuestas de arriba hacia abajo por las técnicas de
venta. Esta imposición implica una producción calculada de subjetividad cuyo
resultado inevitable es un sujeto devenido objeto y una masa uniformada que
obedece inconscientemente. Se adquiere una marca, una identificación y una
pertenencia imaginaria en determinado universo significativo, sin advertir que
tras ello hay un proyecto totalitario que busca producir consumidores
consumidos, que se comen los unos a los otros, y consolidar un orden homogéneo
que rechaza lo popular, la política y la democracia participativa.
En
contraposición al dispositivo de instalación de demandas del marketing, la
democracia como hegemonía o gobierno del pueblo se fundamenta en una voluntad
popular que consiste en articulación de demandas surgidas desde abajo como
voces de la calle cuando se consideran desfavorecidas en la asignación
determinada por el orden instituido. Se va formando una cadena de diferencias
verificadas desde la política y expresadas por una comunidad de iguales;
incluye el conflicto, el debate y los antagonismos, nunca la manipulación de la
subjetividad. Las demandas constituyen el rasgo principal de la política, que
se puede definir como derecho a reclamar o “derecho a tener derechos”, como
afirmaba Hanna Arendt.
La
construcción de las demandas populistas representa una acción instituyente,
dentro de los límites que plantea la política, que implica el corrimiento de
cierto orden establecido. En el mismo acto de demandar se va construyendo un
sujeto popular imprevisible, que surge como algo nuevo, una invención
colectiva.
Es la
política estúpido, no el marketing
La
batalla cultural es entre dos modelos: el neoliberalismo que reemplaza la
política por las operaciones y el marketing o las democracias nacionales y
populares, construcciones cuya herramienta es la política.
En las
últimas semanas, la presentación del libro Sinceramente y la
postulación de la fórmula “Fernández-Fernández” resultaron dos acontecimientos
que posibilitaron que la política recupere poder sobre el marketing. La
estrategia de Durán Barba, el gurú de Cambiemos, había establecido que Cristina
Kirchner era "la mejor candidata de la oposición". El plan de
Cambiemos consistió en generar operaciones marquetineras- mediático-judiciales
con el objetivo de demonizar y culpabilizar a la expresidenta como la corrupta
jefa de una asociación ilícita.
La
decisión de Cristina de integrar la formula como vicepresidenta dejó sin
capacidad de reacción a la alianza neoliberal de Cambiemos y acorraló a un
gobierno que no mostraba otro argumento más que la polarización contra la
expresidenta, etiquetada y culpabilizada de entrada, sin principio de
inocencia, pruebas válidas y el proceso judicial correspondiente.
“Cristina-corrupta” era el único enunciado fuerte para lograr la victoria
electoral. En el 2015 el marketing logró ganarle a la política, determinó que
los ricos y los pobres votaran el mismo proyecto neoliberal imponiéndose el
triunfo del macrismo.
La jugada
política de Cristina, presentación de Sinceramente y fórmula electoral, resultó
tan acertada que fue capaz de ganarle al marketing. El grupo coucheado por
expertos se quedó, de un instante para otro, sin el blanco del enemigo odiado,
operado trabajosamente todos estos años. Ya no hay argumentos para votar un
proyecto thanático, travestido por el marketing de revolución de la alegría,
que no hace más que aumentar la pobreza, la dependencia y el colonialismo.
Sólo los
líderes de pueblo son capaces de no consistir en la satisfacción narcicista del
poder, el dinero o los cargos
Con un
gesto inteligente y generoso Cristina resignó el lugar de presidenta y le
transfirió sus votos a Alberto Fernández, dirigente que no forma parte del
riñón Kirchnerista con el que estuvo distanciada por años. Cristina propuso una
fórmula que va en el mismo sentido del pacto social: requiere aliados para
ganar, luego gobernar, neutralizar adversarios y dejar fuera de juego a los
cipayos colonialistas, enemigos de la Nación. El gesto expresa una apuesta
política, la del nuevo contrato social, y una urgencia orientada a
"desagrietarnos” porque el odio que la oligarquía acostumbra a instalar es
instrumental al poder, que nos precisa divididos.
Sólo los
líderes de pueblo son capaces de no consistir en la satisfacción narcicista del
poder, el dinero o los cargos y llevar hasta las últimas consecuencias la
conocida consigna “Primero la Patria, después el Movimiento y luego los
Hombres”.
La
fórmula constituye, además, un hallazgo político, un avance democrático. Por
una parte amplía la democracia integrando sus dos aspectos: como gobierno del
pueblo incluye a la líder del pueblo y como democracia representativa, la
figura del presidente designa a alguien con capacidad política de negociación.
Por otro lado implica una posible resolución al problema que suele plantearse
entre el líder de pueblo, el presidente y la transferencia de votos del primero
al segundo (es el camino boliviano).
Una vez
más, constatamos que la política es la herramienta de emancipación, y que el
poder popular se conquista con militancia y participación. Allí donde la
política emerge, el marketing se desvanece y los expertos no tienen nada que
decir.
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