Comunicación y poder


Castells, Manuel
¿Qué es el poder?
El poder es el proceso fundamental de la sociedad, puesto que ésta se define en torno a valores e instituciones, y lo que se valora e institucionaliza está definido por relaciones de poder. El poder es la capacidad relacional que permite a un actor social influir de forma asimétrica en las decisiones de otros actores sociales de modo que se favorezcan la voluntad, los intereses y los valores del actor que tiene el poder. El poder se ejerce mediante la coacción (o la posibilidad de ejercerla) y/o mediante la construcción de significado partiendo de los discursos a través de los cuales los actores sociales guían sus acciones. Las relaciones de poder están enmarcadas por la dominación, que es el poder que reside en las instituciones de la sociedad. La capacidad relacional del poder está condicionada, pero no determinada, por la capacidad estructural de dominación. Las instituciones pueden mantener relaciones de poder que se basan en la dominación que ejercen sobre sus sujetos.
Esta definición es lo bastante amplia para abarcar casi todas las formas de poder social, pero requiere algunas aclaraciones. El concepto de actor se refiere a distintos sujetos de la acción: actores individuales, actores colectivos, organizaciones, instituciones y redes. No obstante, en última instancia, todas las organizaciones, instituciones y redes expresan la acción de los actores humanos, aunque dicha acción haya sido institucionalizada u organizada mediante procesos en el pasado. La capacidad relacional significa que el poder no es un atributo sino una relación. No puede abstraerse de la relaci6n específica entre los sujetos del poder, los empoderados y los que están sometidos a dicho empoderamiento en un contexto dado. Asimétrica significa que si bien la influencia en una relación es siempre recíproca, en las relaciones de poder siempre hay un mayor grado de influencia de un actor sobre el otro. Sin embargo, no hay nunca un poder absoluto, un grado cero de influencia de aquellos sometidos al poder respecto a los que ocupan posiciones de poder.
Siempre existe la posibilidad de resistencia que pone en entredicho la relaci6n de poder. Además, en cualquier relación de poder hay un cierto grado de cumplimiento y aceptaci6n de los que están sujetos al poder. Cuando la resistencia y el rechazo se vuelven considerablemente más fuertes que el cumplimiento y la aceptación, las relaciones de poder se transforman: las condiciones de la relación cambian, el poderoso pierde poder y al final hay un proceso de cambio institucional o cambio estructural, dependiendo de la amplitud de la transformación de las relaciones de poder. De lo contrario, las relaciones de poder se convierten en relaciones no sociales. Esto se debe a que si una relación de poder tan sólo puede ejercerse contando con la dominación estructural basada en la violencia, para mantener su dominaci6n quienes ostentan el poder deben destruir la capacidad relacional de los actores que se resisten, anulando de ese modo la propia relaci6n. Propongo la idea de que la pura imposición por la fuerza no es una relaci6n social, ya que lleva a la obliteraci6n del actor social dominado, de forma que la relación desaparece con la extinción de una de sus condiciones.
Sin embargo, se trata de una acción social con significado social, porque el uso de la fuerza supone una influencia intimidatoria sobre los sujetos supervivientes bajo una dominación similar, lo que sirve para reafirmar las relaciones de poder ante esos sujetos. Además, en cuanto se restablece la relación de poder con sus diversos componentes, la complejidad del mecanismo de dominaci6n multinivel funciona nuevamente, haciendo de la violencia un factor más de un amplio conjunto de determinación. Cuanto mayor es el papel de la construcción de significado en nombre de intereses y valores específicos a la hora de afirmar el poder de una relación, menos necesidad hay de recurrir a la violencia (legítima o no). No obstante, la institucionalización del recurso a la violencia en el estado y sus derivados establece el contexto de dominación en el que la producción cultural de significado puede desplegar su eficacia. Hay un apoyo complementario y reciproco entre los dos principales mecanismos de formación de poder identificados por las teorías del poder: la violencia y el discurso. Después de roda, Michel Foucault comienza su Surveiller et punir con la descripción del suplicio de Damiens, antes de exponer su análisis de la construcci6n de los discursos disciplinarios que constituyen una sociedad en la que «fábricas, escuelas, cuarteles y hospitales parecen cárceles».
Esta complementariedad de las fuentes de poder se percibe también en Max Weber cuando define el poder como la probabilidad de que un actor dentro de una relación social esté en condiciones de hacer prevalecer su voluntad al margen de la base sobre la que descansa dicha probabilidad», y en último término relaciona el poder con la política y la política con el estado: "Una relaci6n de hombres que dominan a hombres, una relaci6n apoyada por medios de violencia legítima [es decir; considerada legítima]. Para que exista el estado, el dominado debe obedecer a la autoridad de los poderes existentes... el instrumento decisivo de la política es la violencia». Pero también advierte que un estado «cuya época heroica no sea percibida como tal por las masas puede ser sin embargo ~decisivo para un poderoso sentimiento de solidaridad a pesar de los mayores antagonismos internos». Por ese motivo el proceso de legitimaci6n, el núcleo de la teoría política de Habermas, es la clave para permitir al estado estabilizar el ejercicio de su dominación. La legitimación puede hacerse por distintos procedimientos, entre los cuales la democracia constitucional, el preferido de Habermas, es uno más. Porque la democracia se refiere a un conjunto de procesos y procedimientos, no se refiere a la política. Efectivamente, si el estado interviene en la esfera pública en nombre de los intereses concretos que prevalecen en el estado, induce una crisis de legitimación porque se muestra como instrumento de dominación en lugar de ser una institución de representación. La legitimación depende en gran medida del consentimiento obtenido mediante la construcción de significado compartido; por ejemplo, la creencia en la democracia representativa.
El significado se construye en la sociedad a través del proceso de la acción comunicativa. La racionalización cognitiva proporciona la base para las acciones de los actores. Así pues, la capacidad de la sociedad civil para proporcionar contenido a la acción estatal a través de la esfera pública -«una red para comunicar información y puntos de vista» es lo que garantiza la democracia y, en última instancia, crea las condiciones para el ejercicio legítimo del poder: el poder como representación de los valores e intereses de los ciudadanos expresados mediante su debate en la esfera pública. Así pues, la estabilidad institucional se basa en la capacidad para articular diferentes intereses y valores en el proceso democrático mediante redes de comunicación. Cuando hay una separación entre un estado intervencionista y una sociedad civil crítica, el espacio público se desmorona, suprimiendo la esfera intermedia entre el aparato administrativo y los ciudadanos. El ejercicio democrático del poder depende en última instancia de la capacidad institucional para transferir el significado generado por la acción comunicativa a la coordinación funcional de la acción organizada en el estado bajo los principios de consenso constitucional. De forma que el acceso constitucional a la capacidad de coacción y el acceso a los recursos comunicativos que permiten coproducir significado se complementan a la hora de establecer relaciones de poder. Así pues, en mi opinión, algunas de las teorías del poder más influyentes, a pesar de sus diferencias teóricas e ideológicas, comparten un análisis similar y multifacético de la construcción del poder en la sociedad: la violencia, o la amenaza de recurrir a ella, los discursos disciplinarios, la amenaza de implantar la disciplina, la institucionalización de las relaciones de poder como dominación reproducible y el proceso de legitimación por el que los valores y las reglas se aceptan por parte de los sujetos de referencia son elementos que interactúan en el proceso de producción y reproducción de las relaciones de poder en las prácticas sociales y en las firmas organizativas. Esta perspectiva ecléctica sobre el poder -y esperemos que útil como herramienta de investigación más allá de su nivel abstracto-e- articula los dos términos de la distinción clásica entre poder sobre y poder para, propuesta por Talcott Parsons y desarrollada por varios teóricos (por ejemplo, la distinción de Goehler entre poder transitivo [poder sobre] e intransitivo [poder para], Porque, si suponemos que todas las estructuras sociales se basan en relaciones de poder que están integradas en las instituciones y organizaciones, para que un actor social participe en una estrategia con el fin de lograr un objetivo, adquirir el poder para actuar en los procesos sociales significa necesariamente intervenir en el conjunto de relaciones de poder que enmarcan cualquier proceso social y condicionan el logro de un objetivo concreto. El empoderamiento de los actores sociales no puede separarse de su empoderamiento contra otros actores sociales, a menos que aceptemos la ingenua imagen de una comunidad humana reconciliada, una utopía normativa que la observación histórica desmiente. El poder para hacer algo, a pesar de Hannah Arendt, es siempre el poder de hacer algo contra alguien, o contra los valores e intereses de ese «alguien» que están consagrados en los aparatos que dirigen y organizan la vida social. Como escribió Michael Mann en la introducción a su estudio histórico sobre las fuentes del poder social: «En un sentido muy general, el poder es la capacidad para perseguir y lograr objetivos mediante el dominio de lo que nos rodea». Y tras referirse a la distinción de Parsons entre poder distributivo y colectivo, señala que:
En la mayoría de las relaciones sociales, ambos aspectos del poder, distributivo y colectivo, explotador y funcional, operan simultáneamente y están entrelazados. Efectivamente, la relación entre los dos es dialéctica. Para perseguir sus objetivos las personas establecen relaciones de poder colectivas y cooperativas. Pero a la hora de llevar a cabo objetivos colectivos, se establece la organización social y la división del trabajo... Los pocos que están en la cumbre pueden mantener a las masas obedientes en la base, siempre que su control esté institucionalizado en las leyes y normas del grupo social en que ambos operan.
Por tanto las sociedades no son comunidades que compartan valores e intereses. Son estructuras sociales contradictorias surgidas de conflictos y negociaciones entre diversos actores sociales, a menudo opuestos. Los conflictos nunca acaban, simplemente se detienen gracias a acuerdos temporales y contratos inestables que son transformados en instituciones de dominación por los actores sociales que lograron una posición ventajosa en la lucha por el poder, si bien cediendo un cierto grado de representación institucional para la pluralidad de intereses y valores que permanecen subordinados. De forma que las instituciones del estado y, más allá del estado, las instituciones, organizaciones y discursos que enmarcan y regulan la vida social nunca son expresiones de la «sociedad», una caja negra de significado polisémica cuya interpretación depende de las perspectivas de los actores sociales. Se trata de relaciones de poder cristalizadas; es decir, los «medios generalizados» (Parsons) que permiten a unos actores ejercitar el poder sobre otros actores sociales a fin de tener el poder para lograr sus objetivos. No es precisamente un enfoque teórico novedoso. Se basa en la teoría de la producción de la sociedad de Touraine y en la teoría de la estructuración de Giddens. Los actores producen las instituciones de la sociedad en las condiciones de las posiciones estructurales que mantienen, pero con la capacidad (mental en última instancia) de participar en una acción social autogenerada, decidida y positiva. De esta manera se integran estructura y agencia en la comprensión de la dinámica social, sin tener que aceptar ni rechazar el doble reduccionismo del estructuralismo o del subjetivismo. Este enfoque no es sólo un punto de convergencia verosímil de las teorías sociales correspondientes, sino lo que parecen indicar las investigaciones sociales.
No obstante, los procesos de estructuración son multi-escala y multinivel. Funcionan de distintas formas y a diferentes niveles de la práctica social: económico (producción, consumo, intercambio), tecnológico, medioambiental, cultural, político y militar. E incluyen relaciones de género que constituyen relaciones de poder transversales a través de toda su estructura. Estos procesos de estructuración multinivel generan formas concretas de tiempo y espacio. Cada uno de estos niveles de práctica, y cada forma espaciotemporal, reproducen y/o desafían las relaciones de poder en el origen de las instituciones y discursos. Estas relaciones implican acuerdos complejos entre diferentes niveles de práctica e instituciones: global, nacional, local e individual". Por tanto, si la estructuración es múltiple, el reto analítico consiste en comprender las relaciones de poder específicas en cada uno de estos niveles, formas y escalas de la práctica social y en sus resultados estructurados. Así pues, el poder no se localiza en una esfera o institución social concreta, sino que está repartido en todo el ámbito de la acción humana. Sin embargo, hay manifestaciones concentradas de relaciones de poder en ciertas formas sociales que condicionan y enmarcan la práctica del poder en la sociedad en general imponiendo la dominación. El poder es relacional, la dominación es institucional. Una forma especialmente relevante de dominación ha sido, a lo largo de la historia, el estado en sus distintas manifestaciones. Pero los estados son entidades históricas". Por tanto, la cantidad de poder que ostentan depende de la estructura social general en la que operan. Y ésta es la cuestión decisiva para comprender la relación entre poder y estado. En la formulación weberiana clásica, «en última instancia se puede definir el estado moderno sólo en términos de los medios específicos característicos del mismo, como de cada asociación política, a saber, el uso de la fuerza política. El fundamento de todo estado es la fuerza. Como se puede apelar al estado para imponer relaciones de poder en cada campo de la práctica social, éste es el garante último de los micropoderes; es decir, de los poderes que se ejercen fuera de la esfera política. Cuando las relaciones de los micropoderes entran en contradicción con las estructuras de dominación incorporadas en el estado, o el estado cambia o la dominación se reinstaura por métodos institucionales. Aunque aquí se pone el énfasis en la fuerza, la lógica de dominación también se puede integrar en discursos como formas alternativas o complementarias de ejercicio de poder. Los discursos se entienden, de acuerdo con la tradición foucaultiana, como combinaciones de conocimiento y lenguaje. Pero no existe contradicción entre dominación por la posibilidad de recurrir a la fuerza y por discursos disciplinarios. De hecho, el análisis que hace Foucault de la dominación por los discursos disciplinarios que subyacen a las instituciones de la sociedad se refiere principalmente a las instituciones estatales o paraestatales: prisiones, ejército y hospitales psiquiátricos.
La lógica basada en el estado también se extiende a los disciplinarios mundos de la producción (la fábrica) o la sexualidad (la familia patriarcal heterosexual). Dicho de otra forma, los discursos disciplinarios están respaldados por el uso potencial de la violencia, y la violencia del estado se racionaliza, interioriza y en última instancia se legitima mediante discursos que enmarcan/conforman la acción humana. Efectivamente, las instituciones y para instituciones estatales (instituciones religiosas, universidades, élites intelectuales y hasta cierto punto los medios de comunicación) son las principales fuentes de estos discursos. Para desafiar las relaciones de poder existentes se necesitan discursos alternativos que puedan vencer la capacidad discursiva disciplinaria del estado como paso necesario para neutralizar su uso de la violencia. Por tanto, aunque las relaciones de poder están distribuidas por la estructura social, el estado, desde una perspectiva histórica, sigue siendo un elemento estratégico para el ejercicio del poder por diferentes medios. Pero el propio estado depende de diversas fuentes de poder. Geolf Mulgan ha teorizado sobre la capacidad del estado para asumir y ejercer el poder mediante la articulación de tres fuentes de poder: violencia, dinero y confianza.
Estas tres fuentes de poder sustentan el poder político, el poder soberano para imponer leyes, dar órdenes y mantener unidos un pueblo y un territorio... El estado concentra fuerza mediante sus ejércitos, concentra recursos mediante el tesoro público y concentra poder para modelar las mentes, en los últimos tiempos mediante los sistemas de educación y comunicación que son los aglutinantes de los modernos estados-nación... De las tres fuentes de poder, la más importante para la soberanía es el poder sobre las ideas que dan lugar a la confianza. La violencia sólo puede usarse de forma negativa; el dinero sólo puede usarse de dos formas: dándolo o quitándolo. Pero el conocimiento y las ideas pueden transformar las cosas, mover montañas y hacer que el poder efímero parezca permanente.
No obstante, las formas de existencia del estado y su capacidad para actuar sobre las relaciones de poder dependen de las características de la estructura social en la que opera el estado. Efectivamente, las propias nociones de estado y sociedad dependen de los límites que definen su existencia -en un contexto histórico dado. Y nuestro contexto histórico está marcado por los procesos contemporáneos de la globalización y el nacimiento de la sociedad red, que dependen de redes de comunicación que procesan el conocimiento y las ideas para crear y destruir la confianza, la fuente decisiva de poder.

Dada la variedad de orígenes potenciales de la dominación de las redes, la sociedad red es una estructura social multidimensional en la que redes de diferentes clases tienen distintas lógicas para crear valor. La definición de lo que constituye valor depende de la especificidad de la red y de su programa. Cualquier intento de reducir todos los valores a un criterio común se enfrenta a dificultades metodológicas y prácticas insuperables. Por ejemplo, si bien la rentabilidad es el valor supremo para el capitalismo, el poder militar constituye en último término la base del poder del estado, y el estado tiene capacidad considerable para decidir e imponer nuevas normas para el funcionamiento de los negocios (que les pregunten a los oligarcas rusos sobre Putin). Al mismo tiempo, el poder estatal, incluso en contextos no democráticos, depende en gran medida de las creencias de la gente, de su capacidad para aceptar las reglas o, en caso contrario, de su voluntad para resistir. Entonces, el sistema mediático y otros medios de comunicación como Internet podrían desplazar el poder del estado, lo que, a su vez, condicionaría las reglas para obtener beneficios, pudiendo así reemplazar el valor del dinero como valor supremo.
Por tanto, el valor es, de hecho, una expresión del poder: quien ostenta el poder (que a menudo no es quien gobierna) decide lo que es valioso. En este sentido, la sociedad global no es innovadora. Lo que sí es nuevo es su alcance global y su arquitectura en red. Esto significa, por un lado, que las relaciones de dominación entre redes son fundamentales. Están caracterizadas por una interacción constante y flexible: por ejemplo, entre mercados financieros globales, procesos geopolíticos y estrategias mediáticas. Por otro lado, como la lógica de creación de valor, en tanto que expresión de dominación, es global, quienes tengan un impedimento estructural para existir globalmente están en desventaja con respecto a aquellos cuya lógica sea inherentemente global. Esto tiene una considerable importancia práctica porque está en el origen de las crisis del estado-nación de la era industrial (no del estado como tal, porque cada estructura social genera su propia forma de estado). Como el estado-nación sólo puede imponer sus reglas en su territorio, excepto en el caso de alianzas o de invasión, tiene que convertirse en imperial o formar parte de una red para relacionarse con otras redes en la definición del valor. Ésa es la razón, por ejemplo, por la que el estado norteamericano, a comienzos del siglo XXI, se ha empeñado en definir la seguridad contra el terrorismo como el valor supremo para el mundo entero. Es una forma de construir una red basada en lo militar que garantice su hegemonía situando la seguridad por encima del dinero o de otros objetivos menores (por ejemplo los derechos humanos o e! medio ambiente) corno valor supremo. No obstante, la lógica capitalista aparece a menudo disfrazada en forma de proyectos de seguridad, corno el rentable negocio de las empresas estadounidenses «amigas» en Irak demuestra claramente.

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